martes, 6 de noviembre de 2018

Vuelta al mundo

12-10-2018

Un hombre se arregla las uñas en el banco de la puerta de casa. Son las 8.30 de la mañana. Ya está claro del todo.

La sensación de fragilidad, como cuando escribís algo y se pierde en el éter sin previo aviso, de vulnerabilidad, endeble, blando, como un papelito, es lo que me invade al pensar en la inminente llegada de mi hija Maia. Gonzalo pide atención. Yo pido acción física y psíquica y Marisel liberarse de esa panza que atormenta. Todos mancomunados y mullidos por las visitas de madre y suegra mutua.

La realización es el punto y campo más subjetivo de la vida moderna. Nadie más que uno para concebir este logro, y para resignificarlo. Sentirse realizado.

Se suele creer que el hombre no tiene un rol activo en este proceso de parto, y la verdad que lo siento muy diferente. La contención, el cuidado, concebir la idea de que algo puede ser vulnerable a grados máximos, y tener que protegerlo y adecuarse a su intención es un gran esfuerzo que la energía masculina debe hacer hasta mutar a femenina en la concepción de vida. El feminismo es útil y necesario pero cuando marca diferencias raciales entre masculino y femenino provoca el efecto contrario. Todos llevamos hombre y mujer dentro, y el nivel al que decidimos y logramos sacarlo es lo que nos dará soltura de desenvolvimiento, de proceder. En estos tiempos, más logres emblandecer, adaptar, hacer maleable tu perspectiva de las cosas, más disfrute estarás posibilitado a ver y obtener.

Lindar con el lado femenino o masculino de uno es romper estructuras rígidas que por siglos nos impusieron como reales. Ante todo humanista, rojo, radical, extremo como experimentación y liberal de proceder. La libertad de acción no se limita y vamos todos juntos a inspeccionar en las realidades de los espejismos que nos cruzamos por ahí.

Pensaba que frágil uno se permite más estar triste, o melancólico, o pensando en aquello que ya no está, y eso da paso al llanto, que lava. Y la va a tener que sacar, doctor, quiero conocerla.

Sábado 20 de octubre

Y salió nomás. Hace cuatro días. Son las nueve y media y tomo un mate mientras Gonza disfruta su leche con tele tras una nueva semana de clases. Ahora ve que la madre se despertó y como le da celos de que dé la teta viene a insistirme hasta el cansancio con que quiere que lo lleve a la vuelta al mundo. Así llama a la juguetería que tiene lo que acá llaman noria, y en mi país de origen le pusieron vuelta al mundo. Suena ampuloso. Y mientras escucho al niño que repite sin parar esa frase. Vuelta al mundo. Es pretenciosa, dadivosa, alocada, aventurera, la idea de dar la vuelta al mundo en una rueda aceitada con engranajes y canastitas que contienen a las personitas que deciden embarcarse en ese juego.
Noria me la seca. La noria me hace acordar al puente que había que cruzar para pasar a provincia. Y que ni sé si alguna vez crucé. Mi paso a provincia era puente Pueyrredón. Avellaneda. Segunda casa.

Es real que te vuelve más melancólico rozarse y vincularse con la fragilidad y la debilidad. El cuerpito de Maia me refleja eso. Tiene 4 días, es una pielcita suave, arrugada en partes, y chiquita a niveles que me encuentro con su cabeza entera en mi mano, o su posición fetal en un solo brazo. Me inspira ternura y también me expone a un estado de indefensión desconocida, de que somos una hojita volando entre las tempestades del otoño recargado que estamos viviendo. En la semana que nació Maia llovieron cinco de siete días, y el sexto un ratito, o sea, cinco y medio. Una barbaridad para la frase que escuchamos repetitivamente al llegar hace tres años a Barcelona: no, en esta ciudad llueve poco. Sí, excepto esta semana. Claramente de pasaje de verano a frío otoñal, cuasi invernal.

Los ánimos se aquietaron. Fui a ver por qué. La madre dejó al nuevo animalito en la cuna. Peludita, con una capa de pelusita en los brazos es ella. Una mujer. Sensible, que abre los ojos en su cama y no llora, sino que inspecciona qué pasa. Es un entorno nuevo, y la observadora recién ahora empieza a ver más allá de su nariz, colores, luces, olores, y pintó las ganas de la otra. La teta. Esa que por estos días se expone más porque es el recordatorio de que se hagan una mamografía anual las mujeres en edad de riesgo. Esa teta que se obliga a tapar en público a las mujeres que circulan por Vicente López en Argentina, aún si es para alimentar a su criatura. Las tetas que sufrieron censura hoy son las tetas que mañana saldrán a ventilar tu pudor sin límites.

Tan atados estamos a estructuras patriarcales que el cuerpo humano y su musculatura a mis 37 años vengo a enterarme que en las mujeres tiene dos flores en cada uno de sus senos. Maternos, mamones, florecientes, y sin pudores por las costas de estas tierras. Se convierte en algo tan común que me he encontrado hablando de ellas y sus formas y diferencias con mi mujer tirados en la arena. Hay muy pocas en la abundancia que acrediten belleza. Pero eso es a juicio de observador, el punto es que son parte constitutiva de identidad femenina. Los pechos. Las tetas. Fuente de vida, alimento constitutivo de consistencia maciza del que depende ese cuerpo recién extraído de interiores.

Aumentó doscientos gramos, qué suerte. Ya está recuperando peso. Doscientos gramos, ¿entendés? Lo que pedís en la charcutería de jamón dulce o del país. Cocido y crudo pa nosotros. Y si hace caca ya elimina esos mismo doscientos. Y fijate si ya hizo pis. Ay, le sangra el ombligo. De ¿urgencia? a la primera visita a su médica. Hay que secarlo más. Acá se usa jabón y agua, allá alcohol setenta porciento, ¿y en la China con qué secarán el ombligo que nos unía a nuestras madres? Pude cortarlo. Cortá el cordón. Lo que circula por dentro de ese cordón blanco es una masa azul. Sí, la vi, es azul. Y al cortarlo se seca. A la semana más o menos. Bueno, todo eso es materia proveedora de vida que uno que desconoce trata con una delicadeza absoluta. Las médicas no, manejan a la bola de pelo, sangre y piel con una destreza propia de malabarista. No tiren mucho que tiene cordón corto. Se lo pasaron a la madre aún sin haber cortado la unión a ella, el cordón. El bebé te reconoce por la voz y el latido del corazón desde el comienzo.