lunes, 10 de octubre de 2016

Es lo que quieras creer que es

Escribiendo bajo, reposo en las palabras que se van armando con la tinta. Porque me da la tranquilidad de que no están premeditadas, no puedo, sino que se van dando en la esencia misma de dejar ser. No es chiste, es, sale, pero no se busca. ¿O alguien sabe qué es lo siguiente que piensa escribir?
Saca palabras, y se va armando, siempre conservando el sentido, la linealidad de lo que querés decir en su generalidad. Escribir es hacer lineal y llano el pensamiento esporádico y desorganizado. Es pasarse en limpio. Es encontrar cosas que estaban y no sabíamos.

Escribo desde que el mundo empezó a sobrepasar mi claridad conceptual básica, desde que el enfrentar situaciones de adolescencia me dejaban la cabeza latiendo de ideas confusas y mezcladas por el ánimo cambiante. Allí, decidí empezar a contarle al papel algo de todo eso que me aquejaba para ver si bajado en formato tinta y firuletes con significado podía adquirir consistencia lo que me daba vueltas incesantemente. Y así fue.

Escribir lo siento como un acto liberador, de entrega, de comprensión del propio mundo. Es dejar que del menjunje mental salga lo que prima, lo que se prioriza en su supremacía de recorrer todo el interior de mi cuerpo, desde la sien, para pasar raudamente por el corazón, seguir su trayecto por los brazos -que en inglés se dicen arms, muy cercano a armas- y sale por las manos y los dedos para unirse a la herramienta que tenga eventualmente a mano para, en sus movimientos ascendentes y descendentes, dibujar las letras que representan lo que ando queriendo expresar.

Será por eso que me gusta escribir con pluma. Una vez, flipé que eran mis dedos los que sacaban la tinta que me permitía escribir. Como sea, el acto de escritura es una extensión corporal que nos permite dejar asentado aquello que sino, por la velocidad en la que se suceden los pensamientos, sigue de largo. Es interceptar lo relevante y que después quede, para poder ser releído y compartido para ver qué resuena en otros.

Escribir es sacar, darle al papel lo que está dentro dando vueltas y lo dejamos salir por esta vía, luego reprodujible, hoy día hasta en forma multimedia.
Porque somos eso, multidimensionalidad hilvanada en sucesorias interpretaciones que no hacen más que divertir el intelecto, mas luego pasa lo que tiene que suceder en el papel, que nos pasa por encima de toda conjetura y nos adentra en el mundo de la comunión de hechos entretejidos sin premeditación y con la alevosía de lo sorpresivo del devenir escrito.

Una cosa es lo que se te viene en mente hacer. Otra lo que efectivamente hacés.
La bajada al papel es una forma de que quede asentado, de haber dejado constancia de lo que en ese entonces pensábamos. Porque en cuanto vemos algo más llamativo acudimos en su indagación. Somos como mariposas danzantes en búsqueda del polen que nos alimente.


Escribir genera un acelere motivador.
Forzarse a hacerlo es una búsqueda intencional, que hace decantar el intento de afirmación.

Cae, decanta, la escritura.
El papel se siente suave, casi aterciopelado, dispuesto a ser escrito. Es un regalo a la intuición. Mi cerebro es flotante. Puedo ir por acá o por allá. Mera ilusión aleatoria, y lo que le dé prioridad es lo que quedará impregnado de la sabiduría cósmica que me transmite lo que decir. Porque no lo dice uno.

Es algo que baja.