Empecemos por el mate entonces,
sugirió. Porque si entendés el ritual del mate entendés toda
nuestra forma de vida.
Cumplir años es la forma más vil de
recordarte el paso del tiempo. Porque ocurre todos los días pero hay
uno especial donde todos, con suerte, te tendrán presente. Donde te
tienen a consideración. Donde no cambia nada pero se hace bien
hacerte sentir único. Está bueno, se acepta. Incluso, se
bienrecibe, pero qué hará que un sólo día sea tenido en cuenta
así y no los 364 más que conforman esa unidad de medida llamada
año.
No es que tenga a bien despreciar los
elogios, pero se me hace cuestión querer saber qué embarca al
humano de recordatorios como para validar un día por sobre la
presencia constante. El valor está dado por la perseverancia, no por
la aparición fortuita. Saberse conocedor es una reverenda cagada,
elijo ir con visión de inocente niño que inspecciona y no por eso
es ingenuo, más bien es elocuente y creador de realidad, a opuestas
del adulto modesto, adusto, rígido, preconcebido. Ya
deslegitimizado.
Que siga la ronda. Gracias. Es que en
el transcurrir del tiempo a juntas es lo que le da vida a un vínculo.
No es lo esporádico, por más bueno e intenso que pueda ser, lo que
sostiene y da crianza a la naturaleza humana de vincularse. El
encuentro es chispa, pero la vinculación es un fuego fuerte, con dos
leños cruzados de punta a punta que sostienen la charla y muchas
ramas y ramitas de distintas calidades y tamaños acompañando para
ir siendo arrojadas cuando se crea conveniente. Con un buen vino,
mucho libro y pinturitas y lapices y lapiceras sueltas por ahí,
algún buen juego de mesa, cuadernos con hojas en blanco, familia
dispersa por todas partes, ricos olores, aromas a viejo, a tiempo, a
transcurso.
¿Sale otro mate? ¿Quién lo prepara?
Yo estoy muy metido acá...
Un repetido juego que se sistematiza
hasta hacerse vacío, caduco, obsoleto. Y se pasa al siguiente.
Insistente, repetitivo. Se acabó. Personificar es encarnar, es hacer
cuerpo.