El voyeurismo es la esencia del teatro.
Es, técnicamente, ir a espiar en las vidas de otros asumiendo que
uno, como espectador, no participará, en principio, de la trama. Es
viajar por un rato en las conciencias de otros, en la mayoría de
casos en las miserias, el drama personal llevado a escena, y aceptar
que uno está ahí mirando pero que los activos partícipes de los
hechos hacen como que no estamos. O nosotros hacemos como que no
estamos, esa dificultad de involucramiento que asume el pasivo rol de
espectante. Y así la expectativa se hace carne, hasta el instante
mismo del primer indicio de comienzo de obra.
La obra es el producto logrado por el
elenco estable y constitutivo de esa orgía artística que es la
celebración de la actuación en un recinto delimitado. Y el
vouyerista público se entretiene inspeccionando, e incluso
criticando luego, el acto de hacer. Y de mostrar. La líbido que
despierta saberse observado. ¿Para qué actúa un actor, o con qué
finalidad, y se enriquece el alma y la autoestima al hacerlo, y en el
teatro de forma repetitiva, hasta sacarle el mayor jugo a ese
personaje que se le regalaba, primero en letras y luego en cuerpo,
para ser interpretado? Representado. Identificado. Touche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario