jueves, 6 de diciembre de 2018

El viajar es un placer

El voyeurismo es la esencia del teatro. Es, técnicamente, ir a espiar en las vidas de otros asumiendo que uno, como espectador, no participará, en principio, de la trama. Es viajar por un rato en las conciencias de otros, en la mayoría de casos en las miserias, el drama personal llevado a escena, y aceptar que uno está ahí mirando pero que los activos partícipes de los hechos hacen como que no estamos. O nosotros hacemos como que no estamos, esa dificultad de involucramiento que asume el pasivo rol de espectante. Y así la expectativa se hace carne, hasta el instante mismo del primer indicio de comienzo de obra.

La obra es el producto logrado por el elenco estable y constitutivo de esa orgía artística que es la celebración de la actuación en un recinto delimitado. Y el vouyerista público se entretiene inspeccionando, e incluso criticando luego, el acto de hacer. Y de mostrar. La líbido que despierta saberse observado. ¿Para qué actúa un actor, o con qué finalidad, y se enriquece el alma y la autoestima al hacerlo, y en el teatro de forma repetitiva, hasta sacarle el mayor jugo a ese personaje que se le regalaba, primero en letras y luego en cuerpo, para ser interpretado? Representado. Identificado. Touche.

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