jueves, 30 de marzo de 2017

Mi tía categorizada

Hasta ayer supe tener una tía, la mayor de las tres María por parte materna, María Julia Feinmann, que desde niña fue categorizada como esquizofrénica. Y cumplió su rol en este asunto familiar hasta ayer. Justo el día en que mi mamá vuelve de pasar 15 días junto a su hijo, nieto y nuera.
Mi tía era un ser especial. Por momentos desarrollaba la mejor comunicación y por otros un cortocircuito atroz que volvía incomprensible, más no por eso menos interesante, la conversación.
Los vaivenes emocionales de un ser con ese diagnóstico son algo que jamás olvidaré. Mi tía Julia vivió los últimos años apagada en un geriátrico. Pero antes supo convivir con mi abuela y más antes con su marido Edgardo. Yo la conocí por esa época. Era una abogada con una vida normal, como dicen muchos, pero en ese cerebro se sucedía una procesión que le impidió seguir con su "vida normal" y la llevó a los infiernos de la medicación. Se sostuvo en pié como pudo. Y ayer, 30 de marzo de 2017 eligió irse.
Creo que las categorías son sellos que dejan impregnado un juicio, y eso atenta contra cualquier persona. Creo que cada cual tiene derecho a decidir sobre su vida, y que nadie tenga injerencia en sus decisiones. Creo que tengo un dejo de desazón por esta partida cuando para mi vuelve a partir mi mamá. Con destino Buenos Aires, en su caso, pero me deja un sinsabor amargo, algo que no me deja más que despedir a la distancia. Pero aún así me sé cerca. Mi tía categorizada se fue el mismo día que mi madre se va del continente en el que estoy, para estar pero en otro, que no permite tocar a la gente en carne y hueso. Algo de ese estilo pasa hoy. Ahora. Y elijo contar. Para desahogar. Y no aguantar. Porque el que aguanta no mama, ni gana, y el que no llora es el gil.

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