Se suele creer que los gobernantes de
un país son la representación del pueblo que los votó. Al menos en
las sociedades civilizadas así funciona y eso es lo que se da por
descontado al leer una noticia que atrasa en su modo de ser tratada,
discutida, manoseada, malinterpretada. Personas que se dicen
políticos eligieron que el sistema de interrupción voluntaria del
embarazo que rige todas las sociedades modernas no se instaure como
norma en el país que todo delito comete pero que repara más en que
no se note, o en acusar a la mujer de criminal, que en superar la
instancia delictiva. La argentineada misma de creer que todo es un
partido de rivalidades absurdas, y que si sale el verde yo saco el
celeste, y que hagamos fetitos para que tomen conciencia, y dale que
va.
Hay movimientos sociales que no pueden
ser frenados. Quien estudió algo de historia sabe que hay causas que
superan la instancia en la que se encuentra la sociedad y están
encomendados a hacer abrir los ojos al resto sobre la opresión
sufrida. Lo fue toda revolución que se precie de tal, y el
movimiento femenino no es la excepción a la regla. Momentos de
sosobra donde se cree que todo está perdido se convierten en
oportunidades de volver a concentrar fuerzas y nadie sabe cuándo
volverá a atacar la marea verde que no tiene marcha atrás.
Estamos en una era en donde el
reconocimiento y la aceptación de las cualidades y potencias
femeninas es innegable. El punto es distinguir que todos llevamos un
femenino y un masculino dentro, y no caer en la chicaneada clásica
de moverse por los extremos, situación tan propicia y lograda por el
argentino medio que se crío en un eterno debate social y
confrontación polar que impide medir y replantearse cuestiones
básicas.
Argentina atrasa, en el más amplio
sentido. Un presidente que llega al hermano país colombiano y,
moviendo sus manitos cual marioneta articulada, hace chistes sobre
Chicho Serna como carta de presentación, marca de cuerpo entero una
situación degradante, imagino que angustiante si se respira en las
calles un poco de empatía al prójimo. La cámara de senadores no
fue menos, y bajo argumentos que más que hacer debatir sobre el
aborto ponen en relieve la inoperancia de sus funciones y su
incapacidad de representar la evolución de las sociedades, decidió
que la clandestinidad seguirá operando tras las sombras de un país
que sólo se preocupa por la fachada de sus medidas y esconde bajo la
alfombra la basura de su doble moral.
Argentina está teniendo en el mundo el
lugar que representa. Se conocen los chanchullos que los que pasaron,
pasan y pasarán siguen haciendo, se reglamenta en contra de las
libertades individuales, se distingue incapaz de construir un
proyecto común, y los medios hacen creer que esto está ocurriendo
por el bien del país y la armonía social. No sin tristeza, cada vez
tomo más distancia de una sociedad que elige ser gobernada por una
mujer que, con sus discapacidades mentales a flor de piel, dice sin
vergüenza que una piba violada puede esperar nueve meses y
entregarlo en adopción sin que eso afecte su psiquis.
El argentino debería hacer el
ejercicio diario de ponerse en el lugar opuesto a lo que piensa. Pero
verdaderamente encarnar ese personaje tan nefasto que se cree que es
el que piensa distinto y asumir esa condición de pensamiento. Salir
de su burbuja conceptual y distinguir que hay un mundo que lo observa
y que ya sabe bien con los bueyes que ara al momento de entablar
relaciones comerciales o humanas con una porción de tierra que no
respeta reglas y que vive de acuerdo a lo que le permiten aquellos
que persisten en su intento de congelar las mentes de quienes allí
viven. No hay árbol que tape el bosque. Argentina es retrógrada, y
el mundo se enteró un poquito más hoy. Si es que a alguien le
importa.
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